lunes, 18 de julio de 2011

Un cero a la izquierda


Quisiste bendiciones,
unciones antes de tiempo.
Lloraste solo
y te aturdiste porque
el aire te quemaba
y le pediste agua a las rosas
que se te marchitaron.


Estaba a punto de salir a comprar cigarrillos, pero recordó que no fumaba. Observó la escena que transcurría a su alrededor y pensó qué sería de su vida en poco tiempo. Había pedido con fuerzas algo, con sus ojos deshechos, pero el tedio la estaba cansando. Se asustaba a veces pensando que su vida era distinta a lo que debía ser. Revolverlo todo era su especialidad, pero hubiera deseado haber nacido con falsa conciencia.
La letra resonaba en su mente y se refractaba en mil emociones. Era un ser sensible, encerrado en su propia trampa y ella se lo hubiera querido decir a través de sus murallas preventivas. Le hubiera dicho que después de escucharlo, había escrito un poema inconcluso que nunca se podría perder en el ciberespacio y del que sólo le quedaban fragmentos existenciales. Su poema era como un niño abortado antes de nacer. Un grito silencioso. Sabía que él probablemente no se asustaría si se lo decía todo, acostumbrado a los golpes como estaba. Si ella hubiera sido distinta, le habría dicho la verdad. Si él hubiera sido distinto, las cosas no serían como eran.
Entonces sólo le quedaba eso, un despojo de poema sin título como un niño huérfano y errante. Un poema que se semejaba a su inspiración: un amasijo de sangre y sentimiento, un alma blanca y baldía, una letra sin música ni músico que la interprete. Un poema que no es más que un cero a la izquierda, deambulando solo en el mundo de los pares…

(Silencio es todo lo que queda.)

"Lo que se deja expresar, debe ser dicho de forma clara; sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar". Ludwig Wittgenstein