miércoles, 10 de agosto de 2011

J.D.D


Debía vencerse a sí misma le dijeron, pero ella había firmado el armisticio antes de la guerra. Iba a dejar que otro lo gritara y tuviera su momento. Ella no quería su momento, no lo había pedido por cuestión de principios y se lamentaba de no haber podido escaparse a tiempo. Actuó por impulso, conmovida por el dolor propio y ajeno, mientras muchos se ensuciaban las manos con la sangre derramada. Muchos con las manos limpias cansadas de lavárselas porque siempre las tenían sucias. Siempre atentas esperando su tajada y dispuestas a hacer lo que sea por una parte del todo.
Nadie oía ni veía en la tierra de la nada y los eufemismos estaban a la orden del día en el momento en que había que pensar. Así las vidas se sucedían y las muertes cotidianas se ninguneaban.
Ingenuos seguirían siendo aquellos que creyeran en algo que no valía nada y con lo que no pudieran ser comprados. Esperaba que el pan se les atragantara a los que dirigían el circo de los sin escrúpulos. Los héroes con pies de barro de la próxima cosecha ya estaban designados y sólo restaba elegir al que resultara menos malo. A veces le costaba creer el grado de delirio colectivo alimentado por argumentos predigeridos vía digital (la política de la nueva era le decían).
Podían acusarla del cargo de blanda, cobarde o idealista, pero nunca de idiota o ventajera. Subestimar a alguien es insultarlo dos veces: creer que no es capaz de pensar y no dejar que lo haga. No tenía una parte en el asunto, no ganaba nada con ello y por eso le dolía la realidad cotidiana de los que vivían a costa del otro. Sabía que no era la única y a veces se preguntaba si habría un día para ellos.