lunes, 31 de enero de 2011

Hannah y el caos

Detuvo el motor y la miró a los ojos. Supo que le pertenecía.
Ella había pasado mucho tiempo tratando de evitarlo porque presentía los problemas. Si por ejemplo estaba en un lugar lleno de gente, contaba cuántas personas vestían de rojo o se embarcaba en conversaciones fútiles. No les resultaba fácil tirar la primera piedra y la tensión de la espera agregaba un toque agridulce. Ambos sabían que ya era tarde para curarse.
Ella había estudiado sus movimientos largo tiempo y se había detenido en lugares insospechados como el vello de sus brazos o los cordones gastados de sus zapatillas. Sabía que se comía las uñas y se daba cuenta cuando estaba triste por el brillo de sus ojos. El a veces no podía disimular que le gustaba y cuando se descuidaba le dirigía una de sus largas miradas.
Estuvieron meses en una suerte de absurda guerra fría de aparente indiferencia. Pero ya tenían la idea y era sólo cuestión de tiempo para que se pusieran de acuerdo. La calma antes de la tormenta estaba por quebrarse.
Esa noche era ahora o nunca para ellos. Más ahora que nunca a partir del momento en que él se ofreció para llevarla.
 - No me digas que nunca pensaste algo como eso- le dijo él en el semáforo.
 - Sí, es cierto. Vos sabés mejor que yo como termina la historia y miento si te digo que no- le contestó ella cuando cruzaban la calle.
- Y como nadie se dio cuenta, después la embarrás del todo porque ya que te ensuciaste…
- Es el sabor de hacer lo que se supone que no se debe hacer, ¿no?
El asintió y dobló en la esquina. La última frase resonaba entre ellos. El la miró detenidamente mientras ella le indicaba dónde quedaba su casa. Observó con atención el movimiento de sus manos señalando y el color de sus uñas. Ella se dio vuelta y advirtió lo que decían sus ojos. No se esforzó por ocultarse porque ya no tenían por qué resistir al aire que libremente fluía. Ya no tenían que dar ni que pedir consejos. Ni que pensar en hacer las compras o en trabajar hasta tarde. Nada. No había nada entre ellos que lo tenían todo: un hermoso caos esperándolos.

miércoles, 19 de enero de 2011

Hannah y los raros


La  soledad le resultaba conocida. La costumbre no era algo que se podía perder fácilmente, lo sabía de sobra y no pretendía negarlo. Ningún mal hábito se pierde de un día para otro. Rebotaba siempre en el mismo lugar y tenía que hacer siempre el trabajo del otro.Como si tuviera que  recordar todo los días dónde le tocaba vivir. 
Se dio cuenta en un segundo que se había equivocado y quiso retroceder un momento. Se imaginó cómo hubiera sido todo si las cosas no hubieran sucedido, si hubiera aprovechado ese momento. 
Trataba siempre de olvidar antes que doliera y no era de quebrarse fácilmente. Buscaba las palabras adecuadas y no las encontraba, decidió entonces llamarse a silencio por un tiempo hasta notar una leve mejoría. Nada, todo seguía igual y se preguntaba hasta cuándo sería el cielo rojo. 
Se inventó una manera de no llorar e hizo un lugar en su cabeza para todo lo que no tenía. Era como querer gritar abajo del agua, simplemente no se podía. No se podía y ella lo sabía, ¿entonces por qué insistía? ¿Por qué su constante obstinación? ¿Se trataba de un inconsciente optimismo de su parte, un dejo de esperanza que se esforzaba por invadirla? A pesar de todo siempre lo intentaba y aunque quedara con los ojos negros iba a hacerlo nuevamente. Siempre contra la misma piedra en un monótono deja vu. 
Recordó la absurda conversación mantenida la noche anterior con una persona a la que apenas conocía. Le habían dicho que estaba a la defensiva y ella no fue capaz de retrucarle en la cara lo que pensaba porque no tenía ganas. Tendría que haberle dicho a ese imbécil todo lo que pensaba, pero tal vez no valía la pena gastar el tiempo. Por eso se dio cuenta que a veces no hablaba con la gente. 
Y después esas minas que hacían observaciones idiotas acerca de los raros del lugar. No podía creerlo y lo peor es que no se iban, ¿se trataría de un extraño caso de voyeurismo de rubias taradas? Las cosas que le tocaban ver a ella, si lo contaba no se lo creerían. A veces no entendía los lugares en los que la metía la vida. Miraba a su alrededor y sentía pena por las estrellas caídas y por todos los que no tenían nada mejor. Por todos los que se lastimaban por decir no. Pero se emocionaba pese a todo porque sabía que eran seres bellos que iban en contra de la corriente. Aunque muchos pensaran que no servían para nada, como esas minas llenas de ese asco que las afeaba. Manga de hipócritas, ¿qué se piensan qué es esto, un circo? ¿Qué están todos para entretenerlas en sus vidas estándar? 
Ya le había tocado sufrir por ser distinta y había decidido no esforzarse más por encajar en un modelo que no le interesaba. Lo mejor que había hecho era asumirlo y no preocuparse por ser lo que era. Era liberador, saber que no tenía que ser de otro modo y que quien la quisiera iba atener que aceptarlo. Vivir a pesar de todo lo que escuchaba, de todo lo que le querían vender o de las opiniones que le querían formar. Fue entonces que supo en un instante lo hermoso y triste que resulta todo a veces.

domingo, 2 de enero de 2011

Hannah y sus pestañas


Las sombras de nuevo. Las mil bocas y la falta de sueño. ¿Cómo dormirse en el medio del fuego? Tomó su bolso, se puso sus zapatos y salió. Tres horas más tarde estaba en un bar lleno de ojos y de gente como ella esa noche, con poco sueño y los ojos hinchados. Filas de ojos que se movían para la izquierda y la derecha. Ojos negros y pestañas más lindas que las de ella. Remera con inscripción.  Manos que se acercan y le alcanzan un vaso. Chistes pavos. Risas sin sentido y las pestañas para arriba y para abajo. Lindo cuello para detenerse en él. Escuchaba con interés y se esforzaba por no pensar en nada. Brazos también con inscripciones se veían como el lugar perfecto. Lleno de gente como estaba ella. Tan lindo, con esos dientes y los surcos que se armaban en sus mejillas cuando se reía. Se fue de sí misma, porque no era un lugar para quedarse. Salieron, caminaron y a su casa. Todo estaba desordenado, ropa, cds, libros... Como caerse en un pozo y salir enseguida, así se sentía. Dijo muchas mentiras. Se inventó otra vida porque no lo conocía y está bueno ser diplomática. Trabajaba en el exterior en una embajada, dijo. El la miró con cara de “no te creo”.
-Te juro que es cierto, no me mires así que me voy.
-¡A dónde?
-A Suiza, te dije, y no me escuchaste.
-A dónde te vas ahora, te pregunté.
-A ningún lado creo, ¿no?
- No.
Sonaba un tema nuevo, se levantó y fue al baño. Crema de afeitar, perfume y enjuague bucal. El mismo shampoo que usaba ella y pensó en darse una ducha. Supo que otro día iba a volver, aunque dijera no.
Volvió una vez o dos veces por semana. Salían, se reían y  después los ojos en el espejo con esa mirada de “yo te lo dije” y ella con cara de “no me digas nada”. El siempre con la misma actitud de no te necesito. Pero a ella le gustaba la forma en que la hacía perderse y como la hacía sentir tan bien con nada. Una tarde estaba por irse y él le pidió que se quedara. Lo miró a los ojos y vio que estaba hablando en serio. Se quedó un rato largo. Ella era la persona con la que mejor se entendía últimamente y no estaba nada contento con su vida. Pidió disculpas por cosas que nunca le hizo. Sus ojos tristes eran tan lindos y las pestañas más lindas todavía.  Su mano pasó por su cara y pasaron el siguiente fin de semana juntos. Se llevaban tan bien por la misma razón por la que no iban a durar. El la miraba y ella se daba cuenta que siempre terminaban haciendo lo mismo que habían hecho otros con ellos. En una forma extraña se querían porque los dos estaban con las piernas rotas y eran incapaces de negarse.  No hacía falta hablar aunque el mundo que conocían pudiera estar cayéndose, una mirada y se iban. Como aquella vez que se fueron caminando con la brisa fría del invierno que les daba en la cara y a medida que cruzaban la ciudad,  no decían nada porque sabían lo que el otro pensaba. Y después el agua de la ducha lentamente por su espalda esa mañana. Y sus ojos negros y sus pestañas más lindas que las de ella.