jueves, 6 de febrero de 2014

Siberia # 4



La nieve estaba ahí, en la puerta de su casa para recordarle lo que creía haberse olvidado. Primero había sido roja, luego blanca. El momento se estaba acercando. El tigre tenía que salir a cazar y ya era tiempo de que dejara de morderse la cola insistentemente.
La bestia lo sabía cada vez que ella la miraba a los ojos. Entonces se ocupaba de tranquilizarla con las mismas palabras de siempre. “todavía no es el momento”.
Pero el instante se acercaba, lo intuía todos los días cuando miraba por la ventana y veía todo más luminoso. Sabía que ya no iba a tener que esperar más.
Caminaba por las calles de siempre y se encontraba con sonidos o aromas lejanos en los lugares menos pensados. Se aburría más seguido de todo lo conocido y las puertas se cerraban indicándole un solo camino. Ya era hora de pensar en el cómo.
Una vez comenzada la travesía, no haría falta pensar en los detalles del regreso. Tampoco tendría que esforzarse por encontrar a las personas indicadas, ellas ya la estaban esperando. Finalmente las piezas encajarían. Solo necesitaba aclarar sus ideas y organizarse para concretarlas. Tener tiempo suficiente para hacerlo, era el requisito más urgente.
Debía aprender a llevar equipaje liviano, a no prestar atención  a las provocaciones de los cara de nada. Debía sacarse al fin la piel, para llegar a los huesos y encontrar que eran de ébano en medio de una dictadura de rouge.
Nadie lo sabía porque las máquinas normalizadoras mentales los hacían trabajar para mantenerse vivos. Si paraban, creían que era del fin del mundo y la ironía era que así la vida se les consumía.
Había que decir que no para apostar a la vida que ella quería. 

Siberia # 3



Estaba por despegar y sabía que no iba a volver luego de un par de vidas. Llevaba mucho tiempo esperando salir al mundo cuando este fuera un lugar mejor.
Eran ya muchos meses de silencio interno, sin escuchar las voces de las mil bocas. El bloqueo seguía igual que el mundo y no podían salir las palabras esperadas…
Los tugurios ya no podían albergarla por las noches y los brazos que alguna vez creyó necesitar no pudieron salvarla. 
Ahora le pertenecía a la nieve que la acompañaba en cada rincón por el que transitaba. El hielo era como una fuerza que la sobrepasaba y que le hacía sentir que todo iba a estar bien. Solo contaba con sus propias manos para quebrarlo y con su voluntad para darse cuenta qué efímera que podía ser su existencia.
Se había estado preparando desde hacía tiempo para ese momento, sólo que no sabía de lo que era capaz. Cuando estuviera lista, despegaría sus pies del suelo dejando sus zapatillas rojas en el camino.
Caminaría descalza en el frío de la estepa, sin nada ni nadie a la vista. Caminaría hasta encontrar lo que buscaba, siempre atenta a los símbolos y señales que le indicarían la dirección hacia su fuente de alimento.

Aunque no había muchos árboles a la vista, debía encontrar un espacio secreto en donde estuviera la vida para poder sobrevivir. Necesitaba un lugar sagrado, su Siberia sería un sitio de luz. Un oasis en el medio de la nieve.