miércoles, 21 de diciembre de 2011

Noche de maniquíes y playmobils.


Se sentía como un animal enjaulado, con su eterno ruido de distorsión de fondo, ese que a veces no le dejaba pensar. Nunca le había gustado la falsa pirotecnia de los de su era y la de la próxima le semejaba absurdo exhibicionismo.
En el medio de algo que no sabía bien qué era, decidió hacerse a un lado. Sonrisas muy blancas en noche de maniquíes y playmobils. Plato del día: “Respuestas demasiado simples”.
A veces prefería decir no antes que regurgitar los últimos estertores de esta sociedad. Otras veces su morbo no podía escapar al de ellos.
¿A dónde van los deshechos, los adefesios, los desheredados? Ya no hay memorias del subsuelo ni ocultos cazadores. Hasta Don Quijote está más que muerto y enterrado, con una Academia entera que piensa en él.
La venganza de los Avida Dolars ya fue consumada. Los matrimonios blancos se terminaron por diferencias en el contrato y ahora los solitarios se pelean con los descastados por un poco de atención. Todos buscando lo mismo sin saber bien qué.
No hay monedas que entren en las ranuras, sólo queda la vía de la introspección on line. Versión final: réplicas de nosotros mismos, fagocitados para luego vomitarnos con retoques y efectos. Conmovidos todos los días porque no queda otra. Trabajando por la misma razón y duplicándonos porque nos da lo mismo.
Preguntas (¿no intentan ser retóricas?):
¿Hay algo verdadero? ¿Algo único y original que escape a lo vintage?
Sin derechos de autor, ¿será todo tal vez algún día copiado y pegado hasta el infinito? ¿No hay yo? (quién sabe lo que hubo, porque algo existió en ese momento en que se escapó, sin darse cuenta). Entonces, ¿somos todos en el fondo ecuaciones tautológicas?
Antes que termine alguien lo sabrá, luego quizás no. La respuesta no es por vía racional, es por desgaste de la existencia, es por búsqueda luminosa.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Salida de emergencia


Estaba a punto de caerse de nuevo, reducido a aceptar las razones del otro. Necesitaba alguien que lo curara y ella no parecía notarlo. Preciosa y ridícula le resultaba su vida y aunque quería no podía encontrar la forma de cambiarla.
Malquerido y dañado, otra noche más se le pasaría ante los ojos. Otra noche, en la que pediría un poco más de lo que no podía servirle. Así, como un gallito ciego se encaminaría con gusto hacia su perdición. Defendido y culpable de su propia causa, seguiría siendo igual hasta que cortara sus cadenas.
Mientras tanto alimentaría sus noches jugando al ave de presa. Triste realidad la suya que parecía tenerlo todo, desheredado para siempre por su miserable reina.
Por más que se lo dijeran no lo creería y no querría verlo. Debía poner en riesgo su existencia para poder sentir algo. Sentir algo a toda costa, a costa suyo. Acostado amargamente en las redes de quien era incapaz de saciarlo.
Como un vagabundo que transita llorando un dolor infligido por lo que no se puede tener. Llorando solo hasta el momento en el que se renuncia a una vida sin amor. El momento en que se encuentra la negada salida de emergencia.