Estaba creciendo cada vez más, era deforme, gigante y monstruosa. Todos los días cuando se miraba en el espejo trataba de imaginarse cómo sería la vida sin ella…
Los reproductores mentales habían fracasado y el dios mundano de todos se le había muerto hacía tiempo. Sí, aquella vez cuando decidió no ser parte del trueque de almas. Supo entonces que si el lugar común del conformismo se convierte en hastío, ya no hay chance para lo nuevo. Hasta la diferencia es una marca registrada en la tierra de los logos. Los cara de nada le endulzaron la vida para que ocupara el estante asignado a las muñequitas de barro, ellas siempre ríen al unísono mientras ensayan nuevos gestos y poses.
Releería las páginas del libro que siempre leía, tal vez esta vez el equilibrista no se moriría. Un Dios muerto de risa y un camello la esperarían para ir a dar una vuelta por el eterno retorno. Supo que era así desde antes de nacer y no pudo lamentarlo. Cargaba siempre la existencia a cuestas sin lugar vacante para la negación.
Transitó por las galerías de convenciones de televisores con su miseria de última moda. La sonrisa impostada de los cara de nada (raza evolucionada más allá de la conexión-desconexión) no logró convencerla para que se uniera a ellos. Le ofrecieron todo, le mostraron un uniforme hecho a su medida pero con diferentes colores.
- Ahora todos y al mismo tiempo vamos a lograr lo que queremos. Sólo tienes que agregar horas y sumar puntos de colores para tu vestido. ¡Y no pierdas el tiempo decidiendo, que no hace falta!- le gritaron acompasados a los pasos de baile de las muñequitas.
Buscó quien la ayudara a encontrar la salida y observó cómo todas bailaban hipnotizadas sin advertir sus preguntas.
-¿Alguien que me diga por favor si sabe como salir de acá?- rogó entre la música cacofónica y las coreografías interminables.
Le contestaron riendo. Una se le acercó y le recitó:
- Mírame qué bella soy,
¿no soy la perfección?
Mis almohadas blandas son,
mi cabeza una ilusión.
Para arriba, para abajo,
todo el día paso yo.
Junto puntos de colores
practicando nuevos pasos:
uno, dos, uno, dos,
uno, dos, uno, dos…
- ¡Vamos todos: uno, dos, uno, dos!- marcaron el ritmo los cara de nada.
Se la llevaron por delante y la empujaron contra un escaparate con luces brillantes. Golpeó el vidrio intentando romperlo, pero no pudo. Encontró una grieta y la golpeó con fuerza con uno de sus pies. El vidrio se quebró y una astilla se le clavó en una de las piernas. La arrancó y se quedó mareada observando la sangre. Sus dedos eran dobles y se agitaban suavemente como llamas. Sintió dolor y sin detenerse cruzó al otro lado. La misma calle de siempre la esperaba. Quiso haberlo soñado todo, aunque temió nunca poder despertarse.
-Es el espacio en sus cabezas lo que los mata- pensó mientras subía los escalones de su casa.