domingo, 2 de enero de 2011

Hannah y sus pestañas


Las sombras de nuevo. Las mil bocas y la falta de sueño. ¿Cómo dormirse en el medio del fuego? Tomó su bolso, se puso sus zapatos y salió. Tres horas más tarde estaba en un bar lleno de ojos y de gente como ella esa noche, con poco sueño y los ojos hinchados. Filas de ojos que se movían para la izquierda y la derecha. Ojos negros y pestañas más lindas que las de ella. Remera con inscripción.  Manos que se acercan y le alcanzan un vaso. Chistes pavos. Risas sin sentido y las pestañas para arriba y para abajo. Lindo cuello para detenerse en él. Escuchaba con interés y se esforzaba por no pensar en nada. Brazos también con inscripciones se veían como el lugar perfecto. Lleno de gente como estaba ella. Tan lindo, con esos dientes y los surcos que se armaban en sus mejillas cuando se reía. Se fue de sí misma, porque no era un lugar para quedarse. Salieron, caminaron y a su casa. Todo estaba desordenado, ropa, cds, libros... Como caerse en un pozo y salir enseguida, así se sentía. Dijo muchas mentiras. Se inventó otra vida porque no lo conocía y está bueno ser diplomática. Trabajaba en el exterior en una embajada, dijo. El la miró con cara de “no te creo”.
-Te juro que es cierto, no me mires así que me voy.
-¡A dónde?
-A Suiza, te dije, y no me escuchaste.
-A dónde te vas ahora, te pregunté.
-A ningún lado creo, ¿no?
- No.
Sonaba un tema nuevo, se levantó y fue al baño. Crema de afeitar, perfume y enjuague bucal. El mismo shampoo que usaba ella y pensó en darse una ducha. Supo que otro día iba a volver, aunque dijera no.
Volvió una vez o dos veces por semana. Salían, se reían y  después los ojos en el espejo con esa mirada de “yo te lo dije” y ella con cara de “no me digas nada”. El siempre con la misma actitud de no te necesito. Pero a ella le gustaba la forma en que la hacía perderse y como la hacía sentir tan bien con nada. Una tarde estaba por irse y él le pidió que se quedara. Lo miró a los ojos y vio que estaba hablando en serio. Se quedó un rato largo. Ella era la persona con la que mejor se entendía últimamente y no estaba nada contento con su vida. Pidió disculpas por cosas que nunca le hizo. Sus ojos tristes eran tan lindos y las pestañas más lindas todavía.  Su mano pasó por su cara y pasaron el siguiente fin de semana juntos. Se llevaban tan bien por la misma razón por la que no iban a durar. El la miraba y ella se daba cuenta que siempre terminaban haciendo lo mismo que habían hecho otros con ellos. En una forma extraña se querían porque los dos estaban con las piernas rotas y eran incapaces de negarse.  No hacía falta hablar aunque el mundo que conocían pudiera estar cayéndose, una mirada y se iban. Como aquella vez que se fueron caminando con la brisa fría del invierno que les daba en la cara y a medida que cruzaban la ciudad,  no decían nada porque sabían lo que el otro pensaba. Y después el agua de la ducha lentamente por su espalda esa mañana. Y sus ojos negros y sus pestañas más lindas que las de ella.

1 comentario:

  1. precioso relato...me hizo poblar la mente de imagenes...=)
    un abrazo

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