La nieve estaba ahí, en la puerta de su
casa para recordarle lo que creía haberse olvidado. Primero había sido roja,
luego blanca. El momento se estaba acercando. El tigre tenía que salir a cazar
y ya era tiempo de que dejara de morderse la cola insistentemente.
La bestia lo sabía cada vez que ella la
miraba a los ojos. Entonces se ocupaba de tranquilizarla con las mismas
palabras de siempre. “todavía no es el momento”.
Pero el instante se acercaba, lo intuía
todos los días cuando miraba por la ventana y veía todo más luminoso. Sabía que
ya no iba a tener que esperar más.
Caminaba por las calles de siempre y se
encontraba con sonidos o aromas lejanos en los lugares menos pensados. Se
aburría más seguido de todo lo conocido y las puertas se cerraban indicándole
un solo camino. Ya era hora de pensar en el cómo.
Una vez comenzada la travesía, no haría
falta pensar en los detalles del regreso. Tampoco tendría que esforzarse por
encontrar a las personas indicadas, ellas ya la estaban esperando. Finalmente
las piezas encajarían. Solo necesitaba aclarar sus ideas y organizarse para
concretarlas. Tener tiempo suficiente para hacerlo, era el requisito más
urgente.
Debía aprender a llevar equipaje liviano,
a no prestar atención a las
provocaciones de los cara de nada. Debía sacarse al fin la piel, para llegar a
los huesos y encontrar que eran de ébano en medio de una dictadura de rouge.
Nadie lo sabía porque las máquinas
normalizadoras mentales los hacían trabajar para mantenerse vivos. Si paraban,
creían que era del fin del mundo y la ironía era que así la vida se les
consumía.
Había que decir que no
para apostar a la vida que ella quería.
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