Estaba por despegar y sabía que no iba a
volver luego de un par de vidas. Llevaba mucho tiempo esperando salir al mundo
cuando este fuera un lugar mejor.
Eran ya muchos meses de silencio interno,
sin escuchar las voces de las mil bocas. El bloqueo seguía igual que el mundo y
no podían salir las palabras esperadas…
Los tugurios ya no podían albergarla por
las noches y los brazos que alguna vez creyó necesitar no pudieron
salvarla.
Ahora le pertenecía a la nieve que la
acompañaba en cada rincón por el que transitaba. El hielo era como una fuerza
que la sobrepasaba y que le hacía sentir que todo iba a estar bien. Solo
contaba con sus propias manos para quebrarlo y con su voluntad para darse
cuenta qué efímera que podía ser su existencia.
Se había estado preparando desde hacía
tiempo para ese momento, sólo que no sabía de lo que era capaz. Cuando estuviera
lista, despegaría sus pies del suelo dejando sus zapatillas rojas en el camino.
Caminaría descalza en el frío de la
estepa, sin nada ni nadie a la vista. Caminaría hasta encontrar lo que buscaba,
siempre atenta a los símbolos y señales que le indicarían la dirección hacia su
fuente de alimento.
Aunque no había muchos árboles a la vista,
debía encontrar un espacio secreto en donde estuviera la vida para poder
sobrevivir. Necesitaba un lugar sagrado, su Siberia sería un sitio de luz. Un
oasis en el medio de la nieve.
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