lunes, 11 de octubre de 2010

Hannah y los predicadores del odio



Ese día le había resultado muy largo, estaba cansada de las quejas de su jefe y cuando llegó a su casa se encontró con los reclamos de aquel que no hacía nada más que alimentarse de ella. Discutieron de nuevo por lo mismo de siempre y ella se enojó y se fue a comer afuera antes de soltar todo lo que tenía atragantado desde hacía meses. Lo había visto pretender que le importaba, pero ahora ni siquiera eso, y ya ni se acordaba por qué habían empezado a gustarse. Entró en la pizzería a la que iban a pedir siempre la comida, con el ruido de la tele no se escuchaba nada y el chico que atendía no podía tomarle el pedido. Se dio vuelta y buscó una mesa libre, a la derecha un conectado-desconectado y en la otra un grupo de hombres vestidos iguales con una insignia imposible de reconocer. Se sentó en la mesa que estaba desocupada, cercana a la extraña comitiva.  En cuanto se terminó de sentar, uno de ellos se puso de pie y dijo que ya era tiempo de que todos reconocieran que el odio había triunfado.
-Para qué vamos a esforzarnos por intentarlo, debemos hacer la guerra. Somos capaces siempre de tirar la primera piedra y cuando podemos aplastarle la cabeza al que tenemos al lado no vacilamos al hacerlo.-
El chico detrás del mostrador miraba para todos lados y no sabía si echarlo o llevarle la otra napolitana que le habían pedido. El conectado-desconectado estaba en trance hipnótico y no advertía nada y Hannah se lamentaba de haber dejado su infierno doméstico por otro peor. Entonces el que estaba hablando le dijo a Hannah:
- Dígame, nunca sintió realmente muchas ganas de matar al que la molesta, al que le arruina la vida. Ya sabe, entrar una anoche en su habitación y si por ejemplo lo encuentra durmiendo, ahogarlo con la almohada hasta que se le salgan los ojos  y se asfixie. Y agregó en voz baja:
- Yo sé que él la espera despierto pero finge que duerme y usted hace como que no se da cuenta y espera ansiosa el día en que no tenga que verle más la cara al despertar-. Hannah no entendía cómo este tipo que no la conocía era capaz de decirle eso y lo peor es que reconocía algunas de las emociones impolíticamente correctas.
- Lo mejor es admitir nuestra verdadera naturaleza de depredadores, ya sabe somos nuestros propios lobos pero nos han hecho creer por siglos que debemos amarnos-. Entonces intentó emitir una respuesta y otro miembro del grupo le acercó un papel que decía: "SI AL ODIO, NO AL AMOR. El ODIO FORTALECE, EL AMOR DEBILITA. NO SEAMOS MAS HIPOCRITAS Y DEJEMOS QUE EL ODIO REINE. IGLESIA DE LOS PREDICADORES DEL ODIO". Hannah se levantó inmediatamente y se fue del lugar porque su hambre se había tornado en asco.

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